martes, 5 de abril de 2016

MOTIVACIÓN DEPORTIVA

    En un intento por querer definir el concepto de motivación, nos encontramos con diversas opiniones acerca del mismo que pasan por situarlo como un concepto superfluo, confuso y poco práctico para unos, a ser un elemento clave para la comprensión de la conducta humana (dentro de la psicología social o psicosociología), para otros.
    Por otro lado, al tratar de definirlo habría que determinar, en primer lugar, a qué tipo de motivaciones nos estamos refiriendo puesto que nos encontramos ante dos tipos o grupos: las orgánicas, que son aquéllas que tienen una localización fisiológica en el organismo y son, por excelencia, la sed, el hambre, el sueño y el sexo (junto con otras que no son tan primarias, pero que son aceptadas como tales, como podría ser el dolor, la temperatura, la conducta maternal o el juego) y las motivaciones sociales, que tienen que ver con el componente socio-cultural, intelectual y anímico de las personas y son las que se derivan del proceso de socialización (Fernández, J.L., 1982).
    Si pasamos a definir cada una de las motivaciones, podríamos decir que las fisiológicas son "la fuerza o energía que conduce a las personas a mantener o recuperar el equilibrio homeostático, satisfaciendo las necesidades de comer, dormir, beber y reproducirse, como las más vitales" (Urdaniz, 1994).
    Las motivaciones sociales, según exponen Murphy, McClelland, Festinger y McLintock, citados por Urdaniz, G. (1994), se caracterizan por:
·         Ser la fuerza impulsora de la conducta; el impulso o energía se sitúa en el organismo.
·         La motivación dirige la conducta hacia una meta y canaliza esa energía hacia la realización de unas respuestas; en la medida en que esas respuestas son sociales, la conducta será social.

·         La conducta o acción social no se da en aislamiento. Por eso, la motivación de una persona, para ser realmente social, ha de tener en cuenta también las metas u objetivos de los demás.
Existen varias teorías que tratan de explicar las motivaciones que inducen a los niños y adolescentes a la práctica físico-deportiva.
    Webb y Harry, 1968 (citados por Kidd y Woodman, 1975), desarrollaron un modelo fenomenológico social en el que establecían que los motivos por los que los individuos se involucraban en actividades deportivas, pasaban por tres fases. En la primera de ellas, que es puramente informal y se debe a motivaciones intrínsecas, los individuos que comienzan a participar en las mismas buscan experimentar una sensación de satisfacción aunque no ganen, siendo la relación social y pasarlo bien, los motivos que les inducen a ello.
    Posteriormente, conforme avanzamos hacia el deporte organizado, el individuo mejora sus habilidades deportivas y su competencia motriz, empezando a encontrarse capaz de competir con otros; su motivación intrínseca se centra en ser capaz de jugar suficientemente bien, sintiéndose también influenciado por algunas otras motivaciones de carácter extrínseco: demostrar a los demás su capacidad.
    Por último, cuando el deportista ya es capaz de jugar bien, los motivos que le conducen a continuar son puramente extrínsecos: ganar y obtener recompensas.
    Estos mismos autores sugieren que aunque la mayoría de los participantes comienzan en la primera fase, no todos ellos llegan hasta el final puesto que han abandonado cuando no han sido todavía ni siquiera buenos jugadores y, los que sí han alcanzado la segunda fase, se conforman con mantener el nivel de buen jugador como principal objetivo.
    Roberts, Kleiber y Duda (1981) agrupan las motivaciones en tres tipos, en función de su orientación:
  1. Motivaciones orientadas a la propia mejora: el objetivo principal del sujeto es mejorar su rendimiento.
  2. Motivaciones orientadas hacia la competencia: el sujeto se compara a sí mismo en relación con los demás.
  3. Motivaciones orientadas hacia la aprobación social: ganar premios, demostrar su capacidad a los demás, agradar a los padres.
     Estos mismos autores destacan que existe una estrecha relación entre los diferentes tipos de motivaciones y la edad: de 8 a 11 años, predominan las que se refieren a la mejora y la aprobación social, de 11 a 13 años, se desarrollan fundamentalmente las de competencia y, de 13 a 17 años, las orientadas a la competencia y a la mejora.
    Fox y Biddle (1988) desarrollan la Teoría de las Recompensas, según la cual, en un extremo nos encontramos con recompensas intrínsecas, como podría ser el gusto por el movimiento o el reconocimiento de la maestría y de la competencia motriz, y, en el otro, con las extrínsecas, que están representadas por los premios y recompensas que se obtienen. Ganar y ser bueno, puede acercarse a las recompensas intrínsecas, cuando ello conlleva una superación personal, o bien situarse próximo a las recompensas extrínsecas, cuando se utiliza meramente para impresionar a los demás







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