En
un intento por querer definir el concepto de motivación, nos encontramos con
diversas opiniones acerca del mismo que pasan por situarlo como un concepto
superfluo, confuso y poco práctico para unos, a ser un elemento clave para la
comprensión de la conducta humana (dentro de la psicología social o
psicosociología), para otros.
Por
otro lado, al tratar de definirlo habría que determinar, en primer lugar, a qué
tipo de motivaciones nos estamos refiriendo puesto que nos encontramos ante dos
tipos o grupos: las orgánicas, que son aquéllas que tienen una localización
fisiológica en el organismo y son, por excelencia, la sed, el hambre, el sueño
y el sexo (junto con otras que no son tan primarias, pero que son aceptadas
como tales, como podría ser el dolor, la temperatura, la conducta maternal o el
juego) y las motivaciones sociales, que tienen que ver con el componente
socio-cultural, intelectual y anímico de las personas y son las que se derivan
del proceso de socialización (Fernández, J.L., 1982).
Si
pasamos a definir cada una de las motivaciones, podríamos decir que las
fisiológicas son "la fuerza o energía que conduce a las personas a
mantener o recuperar el equilibrio homeostático, satisfaciendo las necesidades
de comer, dormir, beber y reproducirse, como las más vitales" (Urdaniz,
1994).
Las
motivaciones sociales, según exponen Murphy, McClelland, Festinger y McLintock,
citados por Urdaniz, G. (1994), se caracterizan por:
·
Ser la fuerza impulsora de la conducta; el
impulso o energía se sitúa en el organismo.
·
La motivación dirige la conducta hacia una
meta y canaliza esa energía hacia la realización de unas respuestas; en la
medida en que esas respuestas son sociales, la conducta será social.
·
La conducta o acción social no se da en
aislamiento. Por eso, la motivación de una persona, para ser realmente social,
ha de tener en cuenta también las metas u objetivos de los demás.
Existen varias teorías que tratan de explicar las
motivaciones que inducen a los niños y adolescentes a la práctica físico-deportiva.
Webb y Harry, 1968 (citados
por Kidd y Woodman, 1975), desarrollaron un modelo fenomenológico social en el
que establecían que los motivos por los que los individuos se involucraban en
actividades deportivas, pasaban por tres fases. En la primera de ellas, que es
puramente informal y se debe a motivaciones intrínsecas, los individuos que
comienzan a participar en las mismas buscan experimentar una sensación de
satisfacción aunque no ganen, siendo la relación social y pasarlo bien, los
motivos que les inducen a ello.
Posteriormente, conforme
avanzamos hacia el deporte organizado, el individuo mejora sus habilidades
deportivas y su competencia motriz, empezando a encontrarse capaz de competir
con otros; su motivación intrínseca se centra en ser capaz de jugar
suficientemente bien, sintiéndose también influenciado por algunas otras
motivaciones de carácter extrínseco: demostrar a los demás su capacidad.
Por último, cuando el
deportista ya es capaz de jugar bien, los motivos que le conducen a continuar
son puramente extrínsecos: ganar y obtener recompensas.
Estos mismos autores
sugieren que aunque la mayoría de los participantes comienzan en la primera
fase, no todos ellos llegan hasta el final puesto que han abandonado cuando no
han sido todavía ni siquiera buenos jugadores y, los que sí han alcanzado la
segunda fase, se conforman con mantener el nivel de buen jugador como principal
objetivo.
Roberts, Kleiber y Duda
(1981) agrupan las motivaciones en tres tipos, en función de su orientación:
- Motivaciones
orientadas a la propia mejora: el objetivo principal del sujeto es mejorar
su rendimiento.
- Motivaciones
orientadas hacia la competencia: el sujeto se compara a sí mismo en
relación con los demás.
- Motivaciones
orientadas hacia la aprobación social: ganar premios, demostrar su
capacidad a los demás, agradar a los padres.
Estos mismos autores
destacan que existe una estrecha relación entre los diferentes tipos de
motivaciones y la edad: de 8 a 11 años, predominan las que se refieren a la
mejora y la aprobación social, de 11 a 13 años, se desarrollan fundamentalmente
las de competencia y, de 13 a 17 años, las orientadas a la competencia y a la
mejora.
Fox y Biddle (1988)
desarrollan la Teoría de las Recompensas, según la cual, en un extremo nos
encontramos con recompensas intrínsecas, como podría ser el gusto por el
movimiento o el reconocimiento de la maestría y de la competencia motriz, y, en
el otro, con las extrínsecas, que están representadas por los premios y
recompensas que se obtienen. Ganar y ser bueno, puede acercarse a las
recompensas intrínsecas, cuando ello conlleva una superación personal, o bien
situarse próximo a las recompensas extrínsecas, cuando se utiliza meramente
para impresionar a los demás